martes, 28 de octubre de 2025

GENIALIDAD


El permanente deseo de conocimiento, innato en mi desde la infancia, me provoca, a veces,  una sensación de ansiedad y dispersión dado el amplísimo campo a descubrir y mis limitaciones personales.
Y me provoca una reflexión.
¿Por qué algunas personas desarrollan una genialidad excepcional en contextos donde, aparentemente, nada les favorece? 
¿Cómo surge un talento extraordinario cuando no existen referentes culturales, sociales o económicos que lo impulsen?
Desde la neurociencia sabemos que, en lo esencial, todos los cerebros humanos comparten una arquitectura similar. 
Las diferencias estructurales entre un genio y una persona promedio no son determinantes. 
Lo que realmente marca la diferencia es la forma en que algunos individuos orientan su atención, gestionan su curiosidad y perseveran ante la dificultad.
Como escribió Albert Einstein: “No tengo talentos especiales, solo soy apasionadamente curioso.”
El genio, entonces, no parece depender del entorno, sino de la capacidad de extraer significado del vacío.
Vincent van Gogh pintó sus visiones interiores sin apoyo ni reconocimiento. 
Frida Kahlo convirtió el dolor en lenguaje pictórico.
Nikola Tesla imaginó un mundo eléctrico mientras vivía prácticamente en la pobreza.
Y en todos ellos se repite un patrón.
La genialidad no nace en un terreno fértil, sino en la obstinación por hacerlo florecer.
Esa capacidad de trascender las limitaciones puede entenderse como una forma de autodeterminación creativa.
El entorno ofrece límites,  la mente extraordinaria los transforma en desafíos.
Nietzsche lo expresó con precisión:
“Uno debe tener caos dentro de sí para dar a luz una estrella danzante. 
El genio no espera condiciones ideales: las crea.
También existe un componente invisible, difícil de medir, pero evidente en quienes no se conforman con lo que hay. 
Leonardo da Vinci lo dijo con simpleza y exactitud: “El aprendizaje nunca agota la mente.” 
Esa curiosidad sostenida, casi obsesiva, impulsa a explorar caminos que otros descartarían por imposibles o inútiles.
La genialidad no surge, pues, de una diferencia biológica radical, sino de una relación distinta con el conocimiento, el tiempo y la frustración. 
Donde la mayoría se detiene, el genio insiste. Donde otros buscan reconocimiento, el genio busca comprensión. 
Y cuando no hay maestros —como recordaba Isaac Newton—, inventa sus propios gigantes para subirse a sus hombros.
En última instancia, lo extraordinario puede surgir en cualquier lugar, incluso en medio de la carencia.
La genialidad no es un privilegio del entorno, sino una respuesta interior ante sus límites. 
Tal vez todos poseemos esa chispa latente.
La diferencia está en quienes deciden cultivarla, incluso cuando nada alrededor parece indicar que valdrá la pena hacerlo.
Y en mi condición de simple ser humano, surge la pregunta, extensible a cualquiera.
¿Qué podrías crear o modificar si dejaras de esperar las condiciones perfectas y empezaras a construirlas desde ti mismo?
Naturalmente y dada la excepcionalidad de la genialidad,  todo ello aplicado a nuestra vida cotidiana.
Trabajo, creatividad, toma de decisiones, relaciones personales o sentimentales.
¿ Que nos frena, cuando ello es posible?
Un término muy habitual hoy en día , establecerse en la llamada zona de confort, conlleva  practicar la resistencia y el miedo a salir de ella, a no asumir riesgos.
Cada uno es libre de definir y dirigir su vida, naturalmente.
Pero, es posible que , llegado a un punto de tu vida y ante un balance aparentemente insatisfactorio , te preguntes:
¿Porque no tomé riesgos? ¿ Que me limitó?
Me viene a la cabeza un recuerdo.
Estando de vacaciones en Port El Kantaoui , Túnez, observaba que en la playa donde descansaba, existía un servicio con motoras y paracaídas para practicar parapente, previo pago, naturalmente.
Y un dia decidi utilizarlo. Tras unas breves explicaciones y la colocación de chaleco, inicie la experiencia, 




Al dia de hoy, sigue siendo uno de los mejores recuerdos de mi vida.
Y un pequeño matiz: Yo no se nadar.
Porque  el mayor riesgo en la vida es no atreverse a tomar riesgos.





martes, 21 de octubre de 2025

GALLEGOS




El poder , en España,  siempre termina hablando gallego.
No es una metáfora, es estadística.
Franco, Fraga, Rajoy… y ahora Feijóo.
 Cuatro estaciones del mismo clima político.
La niebla como método de gobierno, la ambigüedad como ideología y la retranca como táctica parlamentaria.
España, que presume de centralismo, lleva un siglo gobernada por señores del norte que parecen no estar pero están en todo.
No gritan, no improvisan, no gesticulan.
Solo levantan una ceja y sueltan un “xa veremos” que suena a calma, pero significa: ya estás perdido, rapaz.
Durante los 40 años de su dictadura, Francisco Franco fue el primer gallego que entendió que el poder se ejerce sin explicarlo.
Su “Todo está atado y bien atado”,  fue la versión marcial del “depende” de Rajoy, solo que con más uniformes y menos sintaxis.
Gobernó a base de silencios, de pausas y de frases huecas que llenaban el miedo con autoridad.
El franquismo fue, en esencia, una larga niebla gallega sobre toda España.
El país no veía, no preguntaba,  y obedecía
Después vino Manuel Fraga Iribarne, que convirtió la transición en un spa ideológico
 Misma agua, distinto envoltorio.
Ministro con Franco, refundador con la democracia y presidente de la Xunta de  Galicia durante amplios años, Fraga representó el poder entendido como patrimonio personal.
Su oratoria era un arma de destrucción masiva, su volumen un método de dominación.
Su histórica frase " La calle es mía", define perfectamente su personalidad.
La autoridad no se discute, se sobrevive a ella.
Fraga no era solo un político, era una institución en movimiento, un huracán con reglamento
Y después de tanto ruido, llegó Mariano Rajoy, el gallego que perfeccionó el arte de la inercia.
Rajoy no gobernaba,  dejaba que el tiempo lo hiciera por él.
Su discurso no se entendía, porque no pretendía ser entendido.
Era una coreografía de subordinadas imposibles, un sudoku de la nada.
Pero detrás de ese balbuceo se escondía la vieja sabiduría galaica: 
No decir nada es la mejor forma de no equivocarse.
Rajoy elevó el “no pasa nada” a doctrina de Estado.
Y mientras todos esperaban decisiones, él esperaba que escampara
De Fraga a Rajoy ,  y de Rajoy a Alberto Núñez Feijóo, el linaje político gallego ha sabido conservar lo esencial
El arte de parecer sensato sin comprometerse con nada.
Feijóo ha hecho del “Yo no estaba, estaba en Galicia” una estrategia nacional.
Habla con tono de moderado, gesticula con calma y mira como si tuviera el BOE en el bolsillo.
Su mayor innovación es haber llevado la ambigüedad galaica a los platós de televisión.
Puede estar en la oposición, pero parecer que gobierna.
En eso, Feijóo es más gallego que la lluvia.
Entre tanto pragmatismo resignado, solo Castelao logró poner pensamiento en la ecuación.
Una de las figuras mas representativas de la cultura gallega, como ensayista, dramaturgo  y dibujante.
El único gallego que, en lugar de callar o mandar, dibujó al país para explicarlo.
“Os galegos non protestamos, pero tampouco calamos”, escribió.
Una frase que, si la hubiese dicho en el Congreso, se habría perdido entre risas condescendientes y una votación de investidura.
Castelao entendió que el humor era la última trinchera de la verdad.
Diputado en la Segunda República por el Partido Galleguista, tras la Guerra Civil, se exilio a Buenos Aires, donde falleció en 1950.
Y mientras tanto, en la otra orilla ideológica, Pedro Sánchez observó, aprendió y tomó nota.
De los gallegos no heredó el acento, pero sí el manual:
—Nunca cierres una puerta, aunque sea la del adversario.
—Promete todo, pero solo concreta lo que ya se ha olvidado.
—Y cuando te pregunten algo comprometido, sonríe y cambia de tema.
 Funciona desde Fraga.
Sánchez ha hecho de la ambigüedad un arte contemporáneo.
Ha comprendido que, en política, el “depende” gallego tiene una traducción madrileña muy eficaz
"No es no… salvo que sea sí”.
"No he mentido. He cambiado de opinión"
Quizá por eso sigue ahí
Porque, sin haber nacido en Galicia, gobierna como si lo hiciera desde la plaza del Obradoiro
Y aquí seguimos, en una España donde la política sigue oliendo a mar, a lluvia y a paciencia.
El país discute sobre bloques, identidades y consensos, pero el verdadero poder sigue viniendo del lado donde nunca se responde con claridad.
Franco impuso, Fraga ordenó, Rajoy esperó, Feijóo calcula y Sánchez improvisa con acento prestado.
Cinco estilos, una misma escuela
 La del control a través de la calma.
Ser gallego en política no es un accidente, es una estrategia evolutiva.
El resto del país vive de titulares,  ellos de silencios.
Y como buenos gallegos —de nacimiento o de imitación—, cuando les preguntan si gobiernan bien o no, responden lo único que saben decir con absoluta sinceridad:
“Depende.”

miércoles, 15 de octubre de 2025

ALICIA




La relectura de obras clásicas es una magnifica oportunidad para comprender la profundidad de su texto porque no hablan solo de su tiempo, sino de la condición humana. 
Alicia en el Pais de las Maravillas, la obra inmortal de Lewis Carroll es una de ellas. 
Detrás de su aparente historia infantil se esconde una parábola sobre el desconcierto, la pérdida de referencias y la búsqueda de identidad.
Más de siglo y medio después de su publicación, la España actual podría reconocerse en ese mismo espejo.
Un país que cae sin control por la madriguera del absurdo, tratando de mantener la cordura mientras el mundo que lo rodea cambia a una velocidad imposible de entender.
Alicia cae por el agujero del conejo sin saber a dónde va. No entiende las normas del nuevo mundo, las palabras cambian de sentido y las reglas se reinventan a cada paso. 
Hoy, los españoles vivimos algo parecido.
Nos movemos en una sociedad hiperconectada pero desorientada, en la que la información abunda pero la verdad escasea. Los discursos políticos se contradicen, las promesas se diluyen y las certezas se vuelven volátiles.
España parece atrapada en un bucleo de crisis: la económica, la institucional, la generacional.
 Cada una deja tras de sí un nuevo suelo que se desmorona, y la sensación colectiva es la de estar cayendo, sin saber si al final del túnel hay salida o más oscuridad.
 Como Alicia, intentamos mantener la compostura, repetir que todo “tiene sentido”, cuando en realidad sospechamos que nada lo tiene.
Carroll construyó un universo gobernado por la lógica del absurdo. Los personajes de su obra —el Sombrerero Loco, la Reina de Corazones, el Gato de Cheshire— representan un poder arbitrario, que exige obediencia sin coherencia.
 En ellos podemos ver un reflejo inquietante de nuestra propia realidad.
 Estructuras políticas que se perpetúan en el ruido, debates que giran en bucle, instituciones que se sostienen más en el espectáculo que en la razón.
En la España contemporánea, el sinsentido ha dejado de ser una anomalía para convertirse en sistema.
Se legisla a golpe de titular, se gobierna en modo campaña electoral permanente, y la ciudadanía se ve obligada a interpretar cada día un nuevo lenguaje
La desconfianza, la ironía y el cansancio se han instalado como actitudes de supervivencia.
 Y quizá, como en El Pais de las Maravillas, el problema no sea que todo esté al revés, sino que ya no recordamos cómo era cuando estaba al derecho.
Uno de los temas centrales de Alicia en el país de las maravillas es la identidad.
 Alicia cambia de tamaño, se confunde, se pregunta quién es. En la España actual, la pregunta es la misma, pero a escala colectiva: ¿quiénes somos? 
Entre la modernidad tecnológica y la nostalgia del pasado, entre la unidad y la diversidad, entre la globalización y la precariedad, el país busca un relato común que parece haberse evaporado.
Las generaciones más jóvenes, en particular, viven esa confusión en carne propia. 
Trabajan en condiciones inestables, habitan una cultura digital que no ofrece certezas y cargan con la frustración de haber heredado un país que les promete menos de lo que prometió a sus padres. 
Como Alicia, se mueven entre mundos que no comprenden del todo, tratando de encontrar un lugar propio en medio del caos.
El final del cuento es una invitación al despertar. 
Alicia abre los ojos y comprende que el viaje, por más extraño que haya sido, le ha servido para conocerse a sí misma.
Quizá el ciudadano necesite un gesto similar: un despertar cívico que rompa con la resignación y la costumbre del absurdo.
Despertar no significa negar la complejidad del presente, sino afrontarla con lucidez. 
Significa cuestionar la incoherencia cuando se disfraza de normalidad, exigir sentido a quienes nos gobiernan y recuperar la curiosidad que mueve a Alicia a seguir preguntando.
Porque si algo enseña Carroll es que la verdadera locura no está en quien duda, sino en quien acepta el sinsentido sin rechistar
Sus personajes caricaturescos nos recuerdan a los nuestros: líderes que gritan “¡que les corten la cabeza!” en versión mediática, debates que se agotan en el absurdo, ciudadanos que corren sin moverse del sitio.
Pero también nos recuerda algo más profundo: la capacidad humana de imaginar otros mundos posibles.
El reto de nuestro tiempo quizás sea aprender a mirar ese espejo sin miedo.
Pero tal vez descubramos que nuestro país no es un lugar del que escapar, sino de nuestra capacidad como ciudadanos para modificarlo.
Y entrar en nuestro propio agujero.
La urna.

domingo, 5 de octubre de 2025

FREEDONIA



Si los Hermanos Marx levantaran la cabeza y vieran la política española de hoy,  les tendrían que explicar si lo que acaban de ver es un pleno del Congreso o una escena descartada de "Sopa de Ganso."
Vivimos en un país donde los debates parlamentarios parecen escritos por los , en su dia,  guionistas de la filmografía de los Hermanos Marx y en el que cada rueda de prensa podría titularse "Una noche en la Moncloa"
Entre promesas que se olvidan más rápido que los nombres de los ministros de Cultura,  a uno solo le queda pensar que la política española se mueve bajo la máxima de Groucho.
“Estos son mis principios, pero si no le gustan… tengo otros.”
Los partidos se reúnen, negocian y se contradicen con la misma soltura que Chico tocando el piano.
Mucho ruido, mucho movimiento de manos, y al final nadie sabe qué melodía es.
Los discursos, eso sí, siguen una lógica puramente marxista (de los Hermanos, no de Karl). 
En España, la frase “La parte contratante de la primera parte…” se ha convertido en la fórmula mágica con la que cualquier partido justifica sus giros de guion.
Una coalición se rompe, otra se inventa, y la tercera se niega a existir aunque todos la vean.
Es como esa escena en que Groucho intenta colarse en un club privado: nadie le quiere dentro, pero al final acaba siendo presidente.
Por otro lado, la oposición ejerce con la seriedad de un payaso triste. 
Critican lo que ayer aplaudían y aplauden lo que mañana criticarán.
Harpo, que nunca decía una palabra, parecería hoy un parlamentario modelo.
Silencioso, expresivo y con un arpa en vez de un argumentario vacío.
Quizá el gran error de nuestra política es que intenta parecer seria. 
Si aceptáramos que todo esto es, en realidad, una comedia de enredos, sería mucho más fácil de soportar. 
Groucho lo resumía con ironía:
“La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.”
Mientras tanto, nosotros, los espectadores, seguimos pagando la entrada para ver la función. 
Y lo peor es que, como en las películas de los Hermanos Marx, lo que empieza como un lío termina siendo un lío todavía mayor… pero aquí sin orquesta final.
Se atribuye a Winston Churchill la frase "La política crea extraños compañeros de cama".
Como Puigdemont,  que , a caballo entre Waterloo y Vallespir,  nos recuerda a Harpo y su "¡ Y también dos huevos duros!
Y todos quieren entrar , al igual que en la mítica escena del camarote ( "Una noche en la opera " )  nadie cree que sobra y  hablan a la vez .
Y como si fuese un circo, se saltan principios, hacen malabares con las promesas y dan volteretas sobre los votantes.
Y al sufrido ciudadano, le queda pendiente la dura y futurible tarea , de saber a quien votar en las siguientes elecciones.
Adlai Stevenson, doble perdedor ante Eisenhower en las elecciones de 1952 y 1956 y que nunca llego a ser Presidente de EEUU, ante el comentario de un periodista que le dijo:
" Cualquiera que tenga dos dedos de frente, votara por usted", contestó con fina ironía:
" Si, con esos ya cuento. Pero tengo que convencer a la mayoría".
Pues, nada. Crucemos....los dedos.