El poder , en España, siempre termina hablando gallego.
No es una metáfora, es estadística.
Franco, Fraga, Rajoy… y ahora Feijóo.
Cuatro estaciones del mismo clima político.
La niebla como método de gobierno, la ambigüedad como ideología y la retranca como táctica parlamentaria.
España, que presume de centralismo, lleva un siglo gobernada por señores del norte que parecen no estar pero están en todo.
No gritan, no improvisan, no gesticulan.
Solo levantan una ceja y sueltan un “xa veremos” que suena a calma, pero significa: ya estás perdido, rapaz.
Durante los 40 años de su dictadura, Francisco Franco fue el primer gallego que entendió que el poder se ejerce sin explicarlo.
Su “Todo está atado y bien atado”, fue la versión marcial del “depende” de Rajoy, solo que con más uniformes y menos sintaxis.
Gobernó a base de silencios, de pausas y de frases huecas que llenaban el miedo con autoridad.
El franquismo fue, en esencia, una larga niebla gallega sobre toda España.
El país no veía, no preguntaba, y obedecía
Después vino Manuel Fraga Iribarne, que convirtió la transición en un spa ideológico
Misma agua, distinto envoltorio.
Ministro con Franco, refundador con la democracia y presidente dela Xunta de Galicia durante amplios años, Fraga representó el poder entendido como patrimonio personal.
Su oratoria era un arma de destrucción masiva, su volumen un método de dominación.
Su histórica frase " La calle es mía", define perfectamente su personalidad.
La autoridad no se discute, se sobrevive a ella.
Fraga no era solo un político, era una institución en movimiento, un huracán con reglamento
Y después de tanto ruido, llegó Mariano Rajoy, el gallego que perfeccionó el arte de la inercia.
Rajoy no gobernaba, dejaba que el tiempo lo hiciera por él.
Su discurso no se entendía, porque no pretendía ser entendido.
Era una coreografía de subordinadas imposibles, un sudoku de la nada.
Pero detrás de ese balbuceo se escondía la vieja sabiduría galaica:
No decir nada es la mejor forma de no equivocarse.
Rajoy elevó el “no pasa nada” a doctrina de Estado.
Y mientras todos esperaban decisiones, él esperaba que escampara
De Fraga a Rajoy , y de Rajoy a Alberto Núñez Feijóo, el linaje político gallego ha sabido conservar lo esencial
El arte de parecer sensato sin comprometerse con nada.
Feijóo ha hecho del “Yo no estaba, estaba en Galicia” una estrategia nacional.
Habla con tono de moderado, gesticula con calma y mira como si tuviera el BOE en el bolsillo.
Su mayor innovación es haber llevado la ambigüedad galaica a los platós de televisión.
Puede estar en la oposición, pero parecer que gobierna.
En eso, Feijóo es más gallego que la lluvia.
Entre tanto pragmatismo resignado, solo Castelao logró poner pensamiento en la ecuación.
Una de las figuras mas representativas de la cultura gallega, como ensayista, dramaturgo y dibujante.
El único gallego que, en lugar de callar o mandar, dibujó al país para explicarlo.
“Os galegos non protestamos, pero tampouco calamos”, escribió.
Una frase que, si la hubiese dicho en el Congreso, se habría perdido entre risas condescendientes y una votación de investidura.
Castelao entendió que el humor era la última trinchera de la verdad.
Diputado en la Segunda República por el Partido Galleguista, tras la Guerra Civil, se exilio a Buenos Aires, donde falleció en 1950.
Y mientras tanto, en la otra orilla ideológica, Pedro Sánchez observó, aprendió y tomó nota.
De los gallegos no heredó el acento, pero sí el manual:
—Nunca cierres una puerta, aunque sea la del adversario.
—Promete todo, pero solo concreta lo que ya se ha olvidado.
—Y cuando te pregunten algo comprometido, sonríe y cambia de tema.
Funciona desde Fraga.
Sánchez ha hecho de la ambigüedad un arte contemporáneo.
Ha comprendido que, en política, el “depende” gallego tiene una traducción madrileña muy eficaz
"No es no… salvo que sea sí”.
"No he mentido. He cambiado de opinión"
Quizá por eso sigue ahí
Porque, sin haber nacido en Galicia, gobierna como si lo hiciera desde la plaza del Obradoiro
Y aquí seguimos, en una España donde la política sigue oliendo a mar, a lluvia y a paciencia.
El país discute sobre bloques, identidades y consensos, pero el verdadero poder sigue viniendo del lado donde nunca se responde con claridad.
Franco impuso, Fraga ordenó, Rajoy esperó, Feijóo calcula y Sánchez improvisa con acento prestado.
Cinco estilos, una misma escuela
La del control a través de la calma.
Ser gallego en política no es un accidente, es una estrategia evolutiva.
El resto del país vive de titulares, ellos de silencios.
Y como buenos gallegos —de nacimiento o de imitación—, cuando les preguntan si gobiernan bien o no, responden lo único que saben decir con absoluta sinceridad:
“Depende.”
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