De nuevo en Madrid.
Seis días de escapada a Marrakech han pasado en un suspiro. La ruleta del tiempo gira rápido.
Es ahora , transcurridas unas horas, cuando se empiezan a recuperar las sensaciones del viaje.
Y sinceramente no es fácil.
Cualquier visita a una ciudad europea te ubica en el mismo entorno ambiental y cultural, con las diferencias lógicas de lugares, monumentos y cultura propia.
Pero un país como Marruecos es otro continente, que se rige por sus propias reglas y que puede provocar desde admiración a rechazo.
En solo algo más de dos horas de avión te ves forzado a abandonar tu rutina y sobre todo tu mirada habitual.
El subdesarrollo es evidente y por todos conocido.
Las asfaltadas calles de tu ciudad son sustituidas por un laberinto de intrincadas callejuelas, por personas que intentan sobrevivir , por colores y olores inhabituales en una especie de vuelta atrás en el tiempo que, en un primer instante , pueden provocar extrañeza, simpatía o convertirse en algo difícilmente aguantable.
Es cierto que existe un perfil de turista que nunca se alojaría en la ancestral Medina, donde se ubicaba mi Riad y su descripción se limitaría al contacto con los zocos locales que mantienen su ritmo al cabo de los años, actualizando su oferta con la habilidad que caracteriza a estos descendientes de los antiguos mercaderes.
Pero alojarse en La Mamounia o en cualquier otro hotel perteneciente a las grandes cadenas, puede ser cómodo e incluso un evidente placer, pero de ninguna forma una integración con el entorno local o una profundización cultural
Testando opiniones de otros viajeros me he encontrado con posturas claramente divididas.
A Marrakech se la ama o se la odia.
Los aspectos negativos son, en muchos casos, evidentes.
Un descontrol total por parte de las autoridades, ha provocado que la contaminación provocada por miles de motocicletas y automóviles en estado lamentable e incluso la utilización del carbón de forma cotidiana por gran parte de la población, provoque una elevada contaminación, inadmisible desde cualquier punto de vista.
Como contraste, la belleza de la Koutubia inspirada en nuestra Giralda sevillana, obviamente legado del ancestral Al Andalus, la belleza de los Jardins Majorelle, adquiridos y mejorados en su día por el fallecido Yves Saint Laurent o el esplendor de los Palacios que tutelados por el Estado puedes encontrar y visitar compensan, al menos para el que se considera viajero y no turista , los aspectos negativos.
Y detras de todo ello, el Marrakech moderno, con un desarrollo inmobiliario considerable, presencia de boutiques a la occidental o hermosos cafes, muestran la otra cara de Marrakech que, obviamente solo es disfrutada por los residentes extranjeros, particularmente franceses, o los marroquíes pertenecientes a la clase alta, cuyo nivel económico les permite disfrutar de los aspectos más civilizados de nuestra cultura.
Y al frente de todo ello, la presencia omnipotente del Rey Mohamed VI, inviolable ( no solo él, nuestra "civilizada" Constitución también lo contempla ), como soberano y jefe religioso de su pueblo.
La retransmisión por televisión, el pasado lunes, de la ceremonia que daba comienzo a la denominada Fiesta del cordero, de hondas connotaciones religiosas, era un claro reflejo de la complejidad marroquí.
Desde uno de sus fastuosos Palacios y previo saludo al Cuerpo Diplomático y resto de autoridades, El Rey Hassan, enarbolando un afilado cuchillo, procedió a degollar a un hermoso cordero, previamente sujeto por cuatro diligentes funcionarios.
Las últimas imágenes del Rey, abandonando el lugar en un Mercedes descapotable y aclamado por los ciudadanos, provoca una honda reflexión.
Desde la perspectiva, es fácil establecer una comparación , que se podría resumir brevemente:
Gobierne quién gobierne, siempre hay alguien que termina degollado.
Lo único que cambia son los procedimientos.
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