Desde hace tiempo,se detecta una notable confusión y preocupación en la ciudadania resumida en una pregunta:
¿Hacia donde vamos?
Clima agrio en en el Congreso, con permanentemente confrontación entre Gobierno y oposición, enfrentamientos en medios, redes sociales y una España aparentemente dividida en dos bloques, mientras los problemas persisten y sin aportación de soluciones.
Perdida de identidad del socialismo gobernante, izquierda y derecha fragmentada y el sector ciudadano denominado centrista, que suele ser el voto que decide el resultado de las elecciones, sin referentes.
La prensa internacional y distintos analistas europeos llevan tiempo señalando el desconcierto que genera un país que, tras haber sido ejemplo de transición democrática y modernización en la UE, parece hoy atrapado en debates internos que cuestionan su cohesión y su capacidad de liderazgo.
Desde fuera, uno de los aspectos más comentados es la dependencia del Gobierno central de los pactos con fuerzas independentistas.
En capitales europeas, este fenómeno se interpreta con una mezcla de sorpresa y preocupación:
Por un lado, como un ejercicio de pragmatismo para mantener la gobernabilidad.
Por otro, como un signo de debilidad institucional que pone en entredicho la estabilidad del Estado.
En un contexto europeo marcado por la necesidad de unidad frente a desafíos globales —migración, seguridad, cambio climático, competitividad económica—, la fragmentación política de España genera dudas sobre su fortaleza como socio estratégico.
Otro punto recurrente en la mirada internacional es la pérdida de claridad ideológica en la izquierda española.
Allí donde antes se veía un socialismo europeo capaz de liderar agendas de progreso y cohesión social, hoy se percibe un espacio desdibujado, dividido entre tensiones internas y contradicciones discursivas.
Esta imagen contrasta con la historia reciente de España, que en los años 80 y 90 fue reconocida como motor de modernización dentro de la Unión Europea.
La consecuencia es que, a ojos del exterior, España aparece como un país en transición permanente, más preocupado por resolver sus fracturas internas que por proyectar una estrategia clara hacia el futuro.
Esto erosiona no solo la credibilidad política, sino también la confianza económica, al transmitir la idea de un Estado donde las decisiones dependen de equilibrios inestables y coyunturales.
Sin embargo, la percepción internacional no es del todo pesimista.
España sigue siendo vista como una democracia sólida, con instituciones capaces de resistir la presión y una sociedad civil activa que demanda cambios.
La cuestión es si la clase política estará a la altura de ese potencial, reenfocando el debate hacia los grandes desafíos compartidos: crecimiento sostenible, justicia social, cohesión territorial y participación activa en el proyecto europeo.
En definitiva, desde fuera se observa con preocupación y, a la vez, con expectativa.
España aún tiene la capacidad de recuperar liderazgo y confianza, pero para ello necesita superar el cortoplacismo, redefinir su horizonte político y reafirmar un proyecto común que inspire tanto a sus ciudadanos como a sus socios internacionales.
La gran pregunta :
¿ Como y de que forma?
Yo no tengo la respuesta ni me considero capaz de darla.
Recuerdo una frase, atribuida a Von Bismarck y posiblemente apócrifa que, independientemente de su autoría, te hace reflexionar:
"España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos intentando autodestruirse y no lo ha conseguido"
Recuerdo que nuestros abuelos, ante situaciones complicadas recomendaban poner una vela a San Rita, patrona de lo imposible....según ellos.
O cambiar las velas....por los votos.
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