lunes, 29 de septiembre de 2025

CONFUSION



 

Desde hace tiempo,se detecta una notable  confusión y preocupación en la ciudadania  resumida en una pregunta:
¿Hacia donde vamos? 
Clima agrio en en el Congreso, con permanentemente confrontación entre Gobierno y oposición, enfrentamientos en medios, redes sociales y una España aparentemente dividida en dos bloques, mientras los problemas persisten y sin aportación de soluciones.
Perdida de identidad del socialismo gobernante, izquierda y derecha fragmentada y el sector ciudadano denominado centrista, que suele ser el voto que decide el resultado de las elecciones, sin referentes.
La prensa internacional y distintos analistas europeos llevan tiempo señalando el desconcierto que genera un país que, tras haber sido ejemplo de transición democrática y modernización en la UE, parece hoy atrapado en debates internos que cuestionan su cohesión y su capacidad de liderazgo.
Desde fuera, uno de los aspectos más comentados es la dependencia del Gobierno central de los pactos con fuerzas independentistas. 
En capitales europeas, este fenómeno se interpreta con una mezcla de sorpresa y preocupación:
Por un lado, como un ejercicio de pragmatismo para mantener la gobernabilidad.
Por otro, como un signo de debilidad institucional que pone en entredicho la estabilidad del Estado.
En un contexto europeo marcado por la necesidad de unidad frente a desafíos globales —migración, seguridad, cambio climático, competitividad económica—, la fragmentación política de España genera dudas sobre su fortaleza como socio estratégico.
Otro punto recurrente en la mirada internacional es la pérdida de claridad ideológica en la izquierda española. 
Allí donde antes se veía un socialismo europeo capaz de liderar agendas de progreso y cohesión social, hoy se percibe un espacio desdibujado, dividido entre tensiones internas y contradicciones discursivas.
Esta imagen contrasta con la historia reciente de España, que en los años 80 y 90 fue reconocida como motor de modernización dentro de la Unión Europea.
La consecuencia es que, a ojos del exterior, España aparece como un país en transición permanente, más preocupado por resolver sus fracturas internas que por proyectar una estrategia clara hacia el futuro. 
Esto erosiona no solo la credibilidad política, sino también la confianza económica, al transmitir la idea de un Estado donde las decisiones dependen de equilibrios inestables y coyunturales.
Sin embargo, la percepción internacional no es del todo pesimista.
España sigue siendo vista como una democracia sólida, con instituciones capaces de resistir la presión y una sociedad civil activa que demanda cambios. 
La cuestión es si la clase política estará a la altura de ese potencial, reenfocando el debate hacia los grandes desafíos compartidos: crecimiento sostenible, justicia social, cohesión territorial y participación activa en el proyecto europeo.
En definitiva, desde fuera se observa con preocupación y, a la vez, con expectativa.
España aún tiene la capacidad de recuperar liderazgo y confianza, pero para ello necesita superar el cortoplacismo, redefinir su horizonte político y reafirmar un proyecto común que inspire tanto a sus ciudadanos como a sus socios internacionales.
La gran pregunta :
¿ Como y de que forma?
Yo no tengo la respuesta ni me considero capaz de darla.
Recuerdo una frase, atribuida a Von Bismarck y posiblemente apócrifa que, independientemente de su autoría, te hace reflexionar:
"España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos intentando autodestruirse y no lo ha conseguido"
Recuerdo que nuestros abuelos, ante situaciones complicadas recomendaban poner una vela a San Rita, patrona de lo imposible....según ellos.
O cambiar las velas....por los votos.




domingo, 21 de septiembre de 2025

MUERTOS



Cada día me despierto con las mismas terribles noticias.
Gaza arde, Ucrania resiste, y el mundo parece acostumbrarse a que la muerte se repita como un eco interminable.
 Las cifras de muertos se leen en los titulares como si fueran datos de mercado, y sin embargo detrás de cada número hay un rostro, una voz, una historia que se apagó.
No soy analista, ni político.
El 29 de noviembre de 1947, la ONU propuso la partición del  Mandato Británico de Palestina , en ese momento vigente, para su transformación en dos Estados, judío y árabe, con Jerusalén bajo un régimen internacional especial.
La no aceptación de dicha resolución, no vinculante, tantos años después, es el origen del conflicto. 
La consideración por parte de Putin, de que la posible integración de Ucrania en la OTAN, conllevaba un riesgo para su geopolítica, desató la invasión.
Soy simplemente un ciudadano que mira estas tragedias desde su casa y siente que algo en nosotros se está rompiendo. 
Cuando veo las imágenes de niños corriendo entre escombros, de madres llorando a sus hijos, de hambre y dolor , me pregunto en qué momento hemos dejado de sentir, hemos dejado de vivir, hemos dejado de ser humanos.
 Las autoridades hablan de operaciones militares, de victorias estratégicas, de daños colaterales, de geopolítica, de intereses económicos.
Escucho esas palabras y solo pienso en el vacío que esconden.
 Las guerras siguen su curso mientras las discusiones políticas se estancan.
 La humanidad, la compasión, parecen ausentes en las mesas donde se toman las decisiones.
 Escribo porque me niego a aceptar que la violencia sea el destino inevitable de nuestra especie. 
Creo en el poder de la gente común. 
En quienes ayudan sin cámaras ni micrófonos, en quienes rescatan, curan, alimentan.
 En quienes se niegan a odiar. 
 Tal vez no podamos detener las bombas ni reescribir tratados, pero podemos resistir de otra manera.
 Negándonos a normalizar la muerte, exigiendo que los líderes busquen soluciones que prioricen la vida sobre el poder, y manteniendo viva la indignación frente a la injusticia.
Y que esas soluciones lleguen, no solo para normalizar el presente sino para asegurar el futuro.
 Quiero pensar que todavía somos capaces de construir puentes en medio del dolor, de tender la mano en lugar de empuñar el arma. 
Confío en que, pese a todo, la humanidad tiene la fuerza de romper este ciclo.
 No en los despachos oficiales, sino en las calles, en las escuelas, en cada pequeño acto de empatía que hacemos cada día.
Si alguien lee estas líneas, que las lea como una invitación.
Una invitación a no rendirse, a seguir creyendo que otro mundo es posible.
Cada persona que muere en Gaza o en Ucrania es parte de nuestra gran familia humana.
No dejemos que el ruido de la guerra nos haga olvidar eso.
Porque si lo olvidamos, si lo asumimos, si lo obviamos.......
Es que, también estamos muertos.